-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

lunes, 17 de marzo de 2014

LA VISITA


A Ana Lloréns.



A la memoria me viene en esta noche canicular una culta anécdota. Refiere en uno de sus libros el ilustre D. Martín Ramos Cortina el encuentro del duque de Entrecanales, tres veces Grande de España, con cierto fabuloso animal. Eximio biógrafo de salón, labor compatibilizada con gran brillantez con sus actividades como propalador de maledicencias, no obstante resulta ser persona confiable este D. Martín, figura de ilustre recuerdo para generaciones de opositores a cátedras variadas.

Era este duque hombre de muchas luces, entra en lo posible que demasiadas. Quienes así le calificaban defendían su argumento con ahínco. Afirmaban así que ello era merced a la extremada querencia al buen oporto profesada por el noble, herencia, a decir de algunos más enterados, proveniente de de cierto ya lejano antepasado lusitano. No deja de extrañar por ello la escueta descripción apuntada por él mismo. Descripción transcrita al punto por el bueno de D. Martín y que a continuación consigno:

“Negramente feroz y felinamente amante, misteriosa y cimbreante, grácil y sutil en igual medida; coronaban su hocico sendos eclipses reposando sobre un lecho que se adivinaba de glauca hojarasca”.

Cuanto lector insaciable y culto se acerque a ella no dejará de echar en falta unos apuntes completadores con el cuerpo como centro. A decir verdad lo abrupta de la descripción rezuma mucho más a súbito desmayo, conjugado con visos de delirium tremens, que a carencia de las palabras adecuadas para materializar verbalmente a la aparición. Por lo menos tratándose de alguien cuya verbosidad caudalosa, si no arrolladora, le prestaba cierta distinción sobre sus vecinos y pares, a decir de sus contemporáneos. Y más sorprende su poca reveladora cortedad, no caracterizándose D. Martín por ser un hagiógrafo, con anécdotas fabulosas trufadas de santos como objeto de charla, sino más bien, y en palabras de las malas lenguas, de un lebrel que venteaba las mundanas comidillas a leguas de distancia. Descripción ésta que presta cierta pátina de autenticidad a lo relatado.

Sea una alucinación sólo por elixires espirituosos causada o una mera aparición sustanciada en un aliento levemente intuido sopleteando el hombro, así se narra en ese recuento de anécdotas varias constituido por el “Catálogo a modo  de Recipendiario de Historias Extraordinarias y Fabulosas” (Madrid, 1872), volumen in cuarto que me avistó en una tarde de paseo y café desde un estante de la venerable Librería Aleph de Toledo.

Josef fecit.



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