Arrojadas las postreras cenizas a las serenas aguas de la mar
la viuda no pudo reprimir sus lágrimas. En reconcentrada postura de respeto
alguno que otro de los asistentes (allegados y familiares en su mayoría) soltó
algún tímido lloro, o incluso un hipido, según su fortaleza, en homenaje al
dispersado. Lo justo como para que pasara desapercibido el suspiro de alivio
del empleado de pompas fúnebres: las de madera de roble se revelaban con terca
insistencia como las mejores sustitutas de las genuinas.
-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.
lunes, 7 de abril de 2014
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