-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

miércoles, 28 de marzo de 2012

CONFESIONES



A J. Sabina quien sirvió de fondo con la compañía de la luna llena y la inestimable ayuda de varios cafés.






Me llamo Leandro Salgado y soy manifestante profesional.
Muchas personas en cuanto oyen esta presentación me dirigen miradas de sorpresa a las que acompaña en ocasiones una sonrisa apenas atisbada. Pero su reacción no me amilana, muy al contrario. No solo se las devuelvo sino que adorno mi respuesta repitiendo una vez más la misma frase. Me siento plenamente orgulloso de la labor que ejerzo, y lo digo tal y como lo siento, con sinceridad, como algo que podríamos llamar vocacional. Además a poco que uno se tome la molestia de analizar este mundo en el que vivimos, y pecando un tanto de cierto talante economicista, considero que formo parte de ese muy reducido grupo de individuos que pueden afirmar con propiedad que nunca carecerán de empleo.
Aquellos a los que he caracterizado mediante el comportamiento que muestran cada vez que describo cuál es mi profesión no alcanzan a comprender su extremada dificultad, ni se muestran capacitados por supuesto como para intuir cuál es el esfuerzo aparejado. Se trata de personas que acuden a las manifestaciones como si tal cosa. Muy bien podrían estar participando en una salida campestre si no fuera porque un dudoso sentido ético-comprometido de bastante dudoso gusto les ha impelido a participar. Atraídos por las proclamas y observando con curiosidad las banderolas que son agitadas por los participantes se asemejan más a visitantes que deambularan por una feria festiva. Inmersos en su escrutar de ningún modo se percatan del complejo entramado que subyace bajo el espectáculo.
Horas. ¿Digo horas?, más bien debería hablar de semanas: días y días de duro trabajo, de preparativos sin cuento, y todo para que los diferentes elementos armonicen entre sí y para que el conjunto se desenvuelva como un engranaje bien engrasado, sin la presencia de chirridos que de otro modo ennegrecerían la totalidad de nuestros esfuerzos.
Las banderitas y las pancartas por poner un solo ejemplo entre los muchos que se me vienen a la mente. Nadie puede llegar a formarse una idea de cuán complicado resulta algo en apariencia tan simple como es el escoger los colores a emplear. Máxime si se tiene en cuenta que la gama entre los que elegir resulta harto reducida. Lo del multicolor de mano sólo se adecua a muy contadas ocasiones, y sólo es admisible en el caso de “algunos” compañeros. Con esto uno ya se puede ir formando una idea acerca de las dificultades inherentes.
¿Colores? Colores. Que si utilizas uno los de la facción primera protestan; que si empleas otro ahora son los de la facción segunda los que pretenden poco menos que defenestrarte por la vía rápida: ventana-adoquinado, sin paradas de por medio; y así continuamente, sea cuál sea la elección. Sin contar con que los escindidos, que forman una nutrida mayoría, inevitablemente siempre se oponen a cuantos escojas.
Y para qué voy a referirme a las proclamas. ¿Alguien sabe lo dificultosa que resulta la mera pretensión de convencer a unas doscientas mil personas (número que de forma indefectible se reduce a unas escasas mil según los cálculos de las autoridades) para que se plieguen a la necesidad de corear las mismas frases al unísono? Algo digno del talento propio del regidor de un programa televisivo de “fin de año”. No resulta poco arduo que digamos. Por de pronto supone conjugar varios elementos opuestos: brevedad y concisión, originalidad y una suma sencillez. Poco más y hay que convertirse en creativo de anuncios de automóviles: un puño volando contra el viento, los pelitos erizados por la brisa, un eslogan pronunciado con “voz en off”: “¿te gusta manifestarte? ”.
Para empezar por lo más básico se exige que sean fácilmente digeribles para cuantos participan. Quedan excluidas frases que induzcan a confusión o que exijan un excesivo desgaste neuronal a la hora de tratar de asimilarlas. La palabra clave es fagocitación. Si se cuenta con la variedad propia de cuantos acuden a este tipo de actos se debe considerar que en ningún momento se trata de atacar directamente a ningún colectivo concreto, evitando reacciones negativas y odios enquistados en aquellos que en un futuro no muy lejano puedan convertirse en potenciales compañeros de cama.
Mi labor, como colegirán de mis palabras, se haya preñada de no pocos problemas, desde el justo momento de la germinación hasta la ejecución final. Todo ello en aras de obtener los objetivos finales que por mucho que pretendamos disimularlo se reducen a un único fin, raramente confesado. Éste no es otro que lograr el mayor número de portadas en tabloides y periódicos de variado tenor y, lo más importante, yo casi lo calificaría como lo primordial, preciados minutos de televisión en horario de máxima audiencia. Lo de los cinco minutos de fama tan proclamados por Warhol se ha quedado muy atrás en nuestro medio.
Como profesional del mismo mi función consiste en acudir al uso de cuantos mecanismos se hallen a mi alcance y que sean precisos para que este circo funcione al igual que una máquina perfectamente engrasada. Se trata de conseguir de alguna forma lo que en un principio parecía impensable: que un variopinto conjunto de domingueros, curiosos arrastrados por la algarabía, algunos escasos concienciados y bastantes buscadores de lucros personales de variado pelaje conformen un todo homogéneo guiado por una intención única.
Aún recuerdo a aquél compañero, hoy en día asesor en la sombra de un importante partido político con representación a escala nacional, que en una manifestación, ebrio por la emoción sentida ante la magnificencia del poder desplegado a sus pies, pronunció una fatídica frase desde el palco de “arengas”, suficientemente sincera como para haberle salido del subconsciente aunque también lo bastante poco meditada como para suponerle el apeamiento de la comisión ejecutiva del sindicato un par de días después. La perla que pronunció aquel fatídico día sonó a algo parecido a “apartad las pancartas para que pueda hacerse la foto”. Ni que decir tiene que no sirvió en absoluto como atenuante para su descarriada conducta el hecho de que nada más pronunciarla tratara de corregir la anterior afirmación con un aclaratorio “para que se vea claramente cuántos somos”. Sus compañeros consideraron que aquel lapsus, a pesar de ser íntimamente compartido por la mayoría de ellos, le transformaba de inmediato en un elemento subversivo, sin duda digno de estudio en otros ambientes, pero de ningún modo adecuado para ser un miembro de su selecto elenco sindical.
Dejaba en el olvido un último detalle, los convidados al festín a los que nadie ha invitado directamente: las Fuerzas de Orden Público y Seguridad del Estado. Con sus vistosos uniformes, sumamente lustrado y lubricado el armamento para el evento, prestan al espectáculo un colorido nada desdeñable. Por ello el caminar entre un pasillo azul cuero en este trabajo es considerado con todo merecimiento como el culmen. No pocos aficionados, meros aprendices, ralea ésta a la que ni tan siquiera nosotros somos ajenos pues para nuestra desgracia también se cuentan entre los que ejercemos tan noble oficio, no titubearían ante la perspectiva de darse literalmente con un adoquín enarenado en la dentadura tras desenterrarlo de una playa bajo las calles por conseguir algo parecido. Mas tal logro sólo se haya al alcance de unos genuinos elegidos, un grupo en cuyas filas por supuesto yo me cuento.
Con modestia puedo afirmar que no en tres ni en cuatro ocasiones he prestado colorido a uno de mis “trabajitos” mediante una carga a toletazos, digna de cualquiera de las mejores películas “de indios” dirigidas por el maestro Ford. En mi “casaca de guerra” lucen a modo de condecoración varias porras pintadas a modo de prueba: un regusto a carlingas decoradas con bombas y aviones derribados, una pequeña vanidad ésta que me permito. Y eso que ya no resulta tan fácil conseguir la adecuada provocación.
Hoy en día se echan de menos a individuos reclutados por Ejércitos de Cristo Rey, a “grises” dotados de mala leche o peor baba y a otros de similar jaez. Tiempos en los que uno atravesaba el umbral de su casa en dirección a la calle con el indiscutible convencimiento de que una carrerita constituiría el broche gimnástico para la jornada. E incluso si la suerte se mostraba generosa hasta se incluiría el disfrute de unos cigarrillos compartidos con camaradería en cuartelillos de periferia, unos humildes “Celtas” o “Ideales”, aspirando el acre humo entre comentarios con las heridas recibidas como tema central. Mientras tanto algún abogado laboralista próximo políticamente a nuestros ideales, algunos baleados en el correr de los días en sus despachos, desgranaba las razones por las que no debían procesarnos, las más de las veces apelando a la sensibilidad de los policías (padres de familia a fin de cuentas) y las menos acudiendo a los vericuetos de la sintaxis propia del articulado del Código Penal; profesionales que efectuaban cuantos trámites estuvieran en su mano para al final terminar por sacarnos lo más pronto posible del calabozo.
En la actualidad lo más que consigues es que te bajen de un autobús en plena noche, a pura punta de escopeta, el DNI entre los dientes, la protesta imposible, las imprecaciones en el fondo del estómago y por si fuera poco aspirando el humo de “Chesters” o “Luckies”. Mas qué puede esperarse de unos tiempos como los actuales en los que en muchos otros trabajos la profesionalidad se mide por las tendencias seguidas en el peinado.
Por todo lo anterior considero, con no poca nostalgia, cuando no era esa ni muchísimo menos mi intención primera, que nuestra misión empieza a declinar, falta de los ideales necesarios para empujarla adelante. Así que temo que quizás la próxima sea mi última intervención. La ironía con la que principié a hablarles acerca de mí se ha resquebrajado al pensar en la multitud de anécdotas que guardo en el zurrón. Sí, ha llegado el momento de colgar la zamarra. Pero antes pienso darme el gustazo de coger la pancarta (el color rojo ha sido el escogido por su neutralidad, al menos ningún faccioso ha emitido queja alguna), memorizar las consignas (confieso que la imaginación nos ha abandonado y más bien cabría calificarlas con benignidad como un rápido refrito de las gritadas en las últimas algaradas), y correr hacia la cabeza de la columna de miles de almas que pretenden protestar por la actitud cerril de unos pocos.
Al fin y al cabo quizás no sirva para nada, quizás también haya perdido todo su sentido original; aún más, es posible incluso que a muchos de los que hoy vayan a reunirse les traerá al pairo el motivo por el que se protesta. Mas es que ante todo, y esto es lo más importante para un consecuente como yo, Leandro Salgado es un profesional, un manifestante profesional.


Bosco fecit 2003



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